Me repitieron, condensados: la cuenta es regresiva. ¡Valeroso el truhán!, pensaba.
Un viejito-aceituna me dio las directivas y yo tomé notas prolijas en mi cuaderno.
¡Arre, arre! Vos llevabas las riendas del dragón que nos transportaba. Yo me apoyaba en tu espalda; se me entrecruzaban los ojos.
-Voy a conducir al dragón por un rato, Cara de Melinda.
- Y yo luego, c' est bien. Me adormezco en tu nuca.
- Eso está bien.
Andábamos así, a loco, investigando alguna cosa: vimos un castillo, una medusa de piedra, un paréntesis discursivo con un grupo de comas.
-¿Adónde vamos?- La montura se estaba descosiendo. El dragón marchaba ahora a paso de camello.
Crecía ralo el pasto verde flúo, poquito desparejo. Llegamos a un lago donde se bañaba una ninfa.
-Hermosa.
-Sí.
Nos indicó el camino de algo; vi que tomabas nota. Yo leía unas inscripciones que bordeaban las orillas.
-Quiero dormir un rato.
-Dormite. Que me voy a mojar los pies a ese charco.
El dragón bajó el cuello, y yo me deslicé lomo abajo. Dragón-tobogán. Caí de cola en la acera blanca que había aparecido.
-¿Dragón anciano? ¿Cuál es tu gracia?- y algo me dijo, pero yo no entendía su lengua.
Me hice un bollito baja su ala pelada y entonaste un lullaby de lejos.
I lost my medal
in this cocoon
How I wish the winter
could guide us
o
Why don't you fly
my heartache,
my tiny snowflake
Yo contenía la risa y me tarareaba despacio para mí sola: Lalala me decía my time my lullaby, my precious time....I could sleep forever and you could leave y me decías que mis canciones eran ridículas.
-Soy el Caballero de la Noche. Busquemos una princesa.
-Y dale. Yo soy el paje.
-Bueno.
Y me diste una palmadita en el hombro.
-Yo me llamo P, vos, P5.
-¡Un número extraño!
Nos escapamos en puntitas de pie. Con unas ramas hicimos las espadas.
-Magic wooden sword! Blablablá, I'll never forgive you, miserable!
Me empujaste contra un árbol, desafiándome a duelo. Yo pateé las hojas.
No tardamos en romper las espadas como ramas secas.
Vos tenías dos dagas cortas; yo, palitos chinos.
Viste la hora y corrimos a buscar al dragón-dromedario.
-No juego al caballero no más.
-Robemos rabanitos a la bruja.
Mi vestido era corto y acampanado y vos me pellizcabas los enaguas.
-Magnífica noche.
El dragón se había muerto, y fabricamos un rinconcito con las escamas y los pelos. Yo le arranqué las gasas al vestido para armar un muñequito sagrado.
-Yo soy un príncipe.
Suspiré.
-Ridículo.
Vos Príncipe.
-Y el altar es éste, d ela sacerdotisa,de la cerda.
Vamos a lavar las culpas, y te froté las manos en la cabeza.
-No te rías en el templo.
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