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a sabiendas de la forma
inclinada
me agazapo
coloco ladrillos huecos
para armar una torre
sin esperar que caiga
sin levantar la columna
en cuclillas
formando una verticalidad imposible
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se extiende un camino
una paralela que atraviesa
el grupo de visitantes
de este paraje
llevan la cara blanca
algunos Mukimi-guma
en silencio hacia el teatro
rodeado de fuentes tranquilas
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Hay en la calle un piano deshecho donde estoy sentada y me meneo
Una mujer de pestañas falsas
sopla las notas que nunca aprendo.
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crece por encima del pueblo
el agua en estado horizontal
sin goteos
alzo la vista pero
el miedo es tan grande
(los señores con cara ornamentada
nos animan a hacer contrapeso)
estoy neutralizada
con los dedos enhebro cuentas
en un rosario imaginario
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se han acercado todos ellos
de a poco
me alcanzaron con la punta de sus
índices
con textura blanca cremosa
me pavimentaron el rostro
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con la luz pasmosa de estas paredes puedo guiarme. sigo el punto que se reflecta
he llegado a la puerta de una majestuosa choza
oigo una risa y cedo, la cabeza se entorna en compañía del cabello recogido, negro:
un namazu-guma que encorvado precede la entrada
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en cuclillas
con la gracia de una paloma
mantengo
mi rostro entre las manos
de rostros que no conozco
para saciarme
escondida tras las columnas de piedra
que sostienen la placa madre
elaboro con destreza
un collar de cuentas
que vibran
voy masticando hacia el altar
escupiendo las plumas
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le pesa el párpado
-es el cansancio-
voy buscando una habitación donde detener el impulso. el piso se abre y entre baldosas inodoras aparece la moneda. elevo la mano para alcanzarla con mi desmesurado poder telekinético, pero no sirve. un árbol de raíces frondosas menea su cuerpo en una contorsión. una presión en el estómago me indica la salida. la nenita rosada está flotando sobre un escalón ingrávido, con los ojos cerrados como un caballero en trance.
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