30.6.05

Dijo Laika: laciedad objetiva de enlace unicapilar con historia vital dos en uno (no título)

Considerando que ésto era, íbamos bien. Trabábamos los rulos aclarados con los lazos de colores; atábamos en alto. Las ondulaciones entre hebra roja y oscura se recostaban entre los negros bucles. Los sujetábamos con tirantez para evitar el desborde. En el centro, con precisión de samurai, la abuela abría camino con la cola de un peine, a los lados se amarraba con hebillas, los hilos sueltos se adherían con invisibles. Con la simetría elaborada nos enroscaban los extremos lacios de las colas hermanadas, tan verosímiles que daban miedo. Con el dedo corvo nos sujetaban y estiraban, y con el cepillo de metal repasaban y alargaban, ajustaban, retocaban y acicalaban en discretos moños. Los remolinos se aplastaban con agua de colonia ye sobrante se nos desparramaba en la cara. Nos acariciaban los ojos con la impresión de ardor, y cerrarlos. Nos enseñaban a no tocar. Marcábamos con el dedo, y señalábamos lo sagrado: la volátil cinta friccionando con el pelo. Lo prolijo, femenino, y para dormir el largo desplazamiento sobre la espalda nuevamente, sin apuros con las cerdas, sin permiso, sin fisura. La tracción de las uñas de Abuela en nuestros cueros cabelludos. El sopor en. El cabello así iba creciendo. Se nos alejaba de la nuca con atroz desconocimiento. No nos ululaba. Se desarmaba el tirabuzón, sí. Este cabello nos va alienando. El aletargado rizador en nuestras manos para envolver las pestañas. La volátil cinta bifidiza la lengua, segura de abrir camino con el precipitado del peine, con la punta del rulo armamos en la garganta un ovillo. Con el ardor friccionándonos los nudos, y tironeando.

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